miércoles, 30 de diciembre de 2009

Volverán


El autor: M. Teresa Elizondo

Autorizo a la Agrupación Cultural Carmen Martín Gaite a publicar en la sección EL AUTOR Y SU OBRA el relato corto de mi autoría, "Volverán".

Su obra:

Título: Volverán
Autor: M. Teresa Elizondo A.

Hacía tan sólo una semana que el hombre había comenzado a unir su mente colectivamente, y los viajes astrales eran ya pan comido. Se había publicado incluso una guía con instrucciones precisas para poder realizarlos. Sé que debiera alegrarme, sin embargo me sentía culpable por ello. Todo aquel adelanto era sin duda fruto de mi trabajo, mi constancia y por qué no decirlo, también de mis mentiras. Podría considerarme el ser más importante de nuestro bello planeta, La Tierra, pero no sería más que otra gran mentira. Habían transcurrido apenas diez años desde aquella fatídica mañana, para mí toda una eternidad. Cada día antes de acostarme intentaba cerrar los ojos y echar al menos una lágrima. De esta manera me sentía más humana, pero llevaba meses sin conseguir expulsar gota alguna. Mis lagrimales se habían secado, al igual que mi corazón. Aún me quedaba aquella presión que oprimía mi pecho y conseguía dificultar mi respiración. Nunca pensé que llegaría a familiarizarme e incluso alegrarme con aquel dolor. Era todo lo que me quedaba de ellos.


Encendí el ordenador para observar el índice terráqueo global de suicidios. Había descendido un cinco por ciento con respecto al año pasado. Los datos seguían una curva descendiente exponencial, como todo aquello que seguía el orden natural de las cosas. Resultaba irónico pensar en ello.

Casi todos los seres humanos teníamos el pelo cano. Nadie se molestaba en teñirlo. La desidia era generalizada, a pesar de todo nuestro desarrollo mental. No era el único cambio físico que se había operado. El tamaño de nuestras cabezas era ligeramente superior, sin duda debido al desarrollo forzado de nuestros cerebros. Combatir con los dolores de cabeza resultó duro al principio, pero no tanto como lo fue intentar detener la avalancha generalizada de suicidios.

Cada día me pregunto si estoy actuando correctamente, si la humanidad está siguiendo el rumbo establecido y alcanzaremos el trofeo esperado, o simplemente somos meros títeres y no los volveremos a ver hagamos lo que hagamos. Yo sigo apostando por lo primero, pero ya somos pocos. Tal vez todo termine antes de que lo consigamos y todos nuestros esfuerzos hayan sido en vano. Me hubiera gustado no ser la escogida, demasiada responsabilidad. Sin duda resultaría más sencillo haber sido manipulada como todos los demás. Quién sabe, de no haber sido yo, quizás no seguiría con vida, un simple dato más en las estadísticas de suicidio.

Cuán extraño y dirigido había sido mi desarrollo profesional, de psicóloga carcelaria a desarrolladora mental global. Todavía recuerdo la ilusión con la que acudía a los casos inusuales. Lo segura que me sentía conmigo misma y con todo lo que me rodeaba. Lo feliz que era con los míos, segura de que jamás habría nada ni nadie capaz de poder alterarlo. Mi querida y dulce Helena, de tan sólo cuatro años de edad. Recuerdo sus parloteos, no había manera ni modo de callarla. Y mi Miguel, dos añitos recién cumplidos, al que le acabábamos de quitar los pañales y en tan sólo dos semanas tenía dominado el asunto en cuestión. Recuerdo su culito respingón al tratar de subirse él solito a la trona. Le gustaba hacerlo todo por sí mismo, independiente hasta el final sin que ello restase cariño alguno a su personalidad.

De haberlo sabido no hubiera acudido aquella mañana diez años atrás, aunque sin duda mi ausencia no hubiera hecho otra cosa más que retrasar lo inevitable. Entré en la celda con la sonrisa absurda de cada mañana. Saludé a mis compañeros y me senté en la mesa frente a aquella mujer con aires de parecer interesarme su bienestar. Saqué cautelosamente los papeles de mi maletín y los releí atentamente. Mi trabajo consistía en distinguir a los que transgredían la ley a conciencia de los que lo hacían por enajenación mental.

Uno de los principales signos visibles de enajenación mental era la falta de aseo personal. Aquella mujer vestía correctamente. No llevaba puesto un calcetín como gorro, bufanda o guante ni nada similar. Las ropas se correspondían a la moda contemporánea e iba acicalada tal y como se esperaba de cualquier persona en sus cabales. Su cabeza era en proporción más grande de lo normal, aunque sus rizos lo disimulaban adecuadamente. Era de complexión pequeña y en su ficha constaba que no consumía drogas ni alcohol, todo ello acorde con los resultados de los análisis clínicos efectuados. Su situación laboral era activa y formaba parte de un importante equipo de astrólogos. El test de inteligencia delataba un coeficiente muy superior a la media. Esta vez la mera observación no bastaría para emitir un juicio de valor acertado.

- Por favor, indíqueme si alguno de los siguientes datos es incorrecto – inquirí – se llama Carol, mujer, heterosexual, treinta y cinco años de edad, soltera, sin descendencia ni ascendencia conocida, astróloga, habiendo cursado estudios en la Universidad de Chicago.

Carol respondió con un leve movimiento de cabeza en señal afirmativa. Emanaba tranquilidad a pesar de encontrarse en un gran aprieto. Como en todos mis interrogatorios había dispuesto que minutos después de haber comenzado mi trabajo un compañero entrase en la celda con el fin de advertir que había olvidado traer el detector de mentiras. Me gustaba actuar de esta manera pues aquello confería confianza a mi paciente. Era una manera más de quitarle importancia a aquel artefacto.

- Muchas gracias Carlos. Lo olvidé, no consigo familiarizarme con el detector, ya sabes que la tecnología y yo estamos más bien reñidas. ¿Te importaría instalarlo y recordarme rápidamente cómo funciona?

Ahora todos esos jueguecitos de simular lo que no es me resultan ridículos. Era entonces cuando me encontraba en uno de los momentos decisorios para la humanidad y no supe verlo. Era yo la que se suponía que estaba representando un papel, mofándome interiormente de ella. Ahora sé que en realidad era ella la que actuaba y de mí de quien se estaban burlando. Instantes después Carlos abandonó la celda.

- Bueno, regresemos a donde nos encontrábamos. Creo que ya sabe de lo que se le acusa. Resulta curioso que no haya ningún fin en ello, al menos visible a nuestros ojos. Ellos no han sufrido daño alguno, al menos físicamente, y todos han regresado al cabo de un menor o mayor tiempo. Durante su ausencia no se ha intentado establecer comunicación alguna, ni tan siquiera con alguna organización gubernamental. No ha habido exigencias de ningún tipo, ni antes ni después de sus regresos. ¿Podría explicarme Carol a qué se debe todo esto?, ¿qué es lo que pretendía obtener con ello?

El segundo signo indicativo de enajenación mental solía corresponderse con el gozo o disfrute del terror y sufrimiento de la víctima. Sin embargo a pesar del cuantioso número de pruebas efectuadas no se había detectado indicio alguno indicativo de algún tipo de abuso específico. Para ellos aquel paréntesis en sus vidas no había significado más que un simple vacío indocumentado.

- Eli, – recuerdo perfectamente la familiaridad con la que se dirigió a mi persona. Todavía me pregunto cómo no me di cuenta entonces de que usase mi apodo sin que antes nadie lo hubiese mencionado. Yo no lo usaba en el mundo laboral, sólo para con los míos - llevo años estudiando a la humanidad, haciendo comparativas de muestras de datos con respecto a curvas teóricas. Y es tan pobre el resultado…, hemos invertido tanto…, hemos depositado tanta confianza en vuestra especie…

- ¿nuestra especie?, no entiendo Carol, ¿a qué se refiere?, ¿acaso pretende indicar que usted no es un ser humano?

El tercer factor indicativo de enajenación mental consistía en el discurso sin sentido. Normalmente este factor se presentaba en gente socialmente inadaptada, particularmente frecuente en personas con diferencias físicas o psíquicas notables. Aquel coeficiente intelectual inusual sin duda conferiría objetividad a mi análisis.

- Provengo de otro planeta, Telsamus, pero esto no viene al caso. Todo esto ha ocurrido para llegar a ti. Seré breve pues he de regresar lo antes posible para que tú puedas comenzar con tu labor.

<>, esas palabras quedaron grabadas en mi mente. Me escogieron a mí y ahora veo el porqué. A esas alturas de la conversación yo ya la había declarado loca. Mi veredicto había sido tomado. La recluiría para el resto de sus días.

- Vuestro desarrollo mental es escaso. Mi cometido era localizar la causa, y la hallé. Concentráis un excesivo interés en ellos, tanto que apenas dedicáis tiempo a las técnicas mentales. Durante sus ausencias, he podido apreciar un desarrollo apreciable, claro que todo este trabajo lo he ejercido sobre una pequeña muestra. Mañana será el gran día. Lo aplicaremos sobre la población completa. Desgraciadamente se prevén reacciones negativas. El ser humano necesita un fin para vivir. Tú serás nuestro portavoz. Explícales la razón, qué es lo que esperamos y las ausencias serán corregidas.

No recuerdo mucho más, apenas la presté atención. Redacté el informe y me despedí de ella apresuradamente. Sus palabras no tenían sentido entonces, y volví con los míos. Cómo no me di cuenta entonces del plan. No lo vi hasta que fue demasiado tarde. De haberla creído…, y ocurrió, ellos desaparecieron, todos ellos, toda la población, todo el planeta, todos los nuestros, nuestros queridos niños. Mi Helena y mi Miguel, ya no están conmigo. Sé que están vivos y que más tarde o más temprano volverán, y depende de mí, del progreso que sea capaz de generar, de todos nosotros, de la humanidad. No son más que ausencias, ellos volverán. No sé hasta que niveles hemos de llegar, pero no puedo abandonar. He de recuperarlos, ellos volverán. No cesaré mi ardua labor. Fomentaré el desarrollo mental hasta niveles insospechados, frenaré el índice terráqueo global de suicidios y volverán. He de creerlo, y han de creerlo. Nada más importa, sólo ellos, nuestros niños. No podemos abandonar, pues volverán. No podemos terminar, pues volverán. Os aseguro por lo que más quiero que ellos volverán, creedme, volverán. Volverán...

sábado, 5 de diciembre de 2009

Dos amigos difuntos



El autor:  Isabel Garzón Guadaño


CERTAMEN MANZANARES EL REAL 2009


En este Certamen de mi pueblo Manzanares al que yo quiero y admiro mucho, me he presentado con esta, tres veces.' En el año 2001 gané el segundo premio en poesía y estoy muy orgullosa de tener este reconocimiento.

Me gustan mucho los cuentos y también tengo otro premiado en Cerceda. Los cuentos han sido para mi, mi mejor lectura, he leído muchísimos y los que más me gustaban eran los de miedo, y me siguen gustando a mis 81 años.

Tuve la suerte, entre la poca que he tenido, de tener un padre que además de su cariño nunca me faltó un cuento. Él decía que eran cuentos sin importancia pero para mí tuvieron tanta que los guardo en uno de los cajones de mi cerebro bien echados con llave.

El año pasado en el certamen que se hace en Cerceda saqué uno del cajón y este año he sacado el segundo para Manzanares, que es mí pueblo y quiero que antes de que la carcoma se coma el cajón que guarda todos mis cuentos ir sacando todos poco a poco. Y te advierto lector que éste, es un cuento heterodoxo, no diré que deba ser quemado, por mano de verdugo, pero debe ponerse en la vieja advertencia de precaución.

Autorizo a la Agrupación Cultural Carmen Martín Gaite a publicar en la sección EL AUTOR Y SU OBRA el relato corto de mi autoría.


Su obra:

Título: Dos amigos difuntos

Autor:  I. Garzón Guadaño

Parece ser que Dante admite que las almas que se van al cielo, mientras llega el día de la Resurrección de la carne, vuelven a enfundarse el cuerpo cosificado con cierta nostalgia hacia la vieja carne de la cual fue revestido,


Sin duda es por ello por lo que Daniel, cantero además de vaquero y Fernando amigo de este después de pasar unos días en el Purgatorio entraron juntos a la Gloria. Ellos se querían mucho y sentían mucho apego por lo que habían dejado aquí en la tierra. Daniel, su mujer, dos hijas, una nieta, por las que sentía mucho cariño. El otro amigo, Fernando, había dejado a Sol, que así se llamaba su mujer, una hija, un hijo y cuatro nietos.

Los dos amigos se lamentaban de que después de mil ingratitudes y desengaños habían empezado a abrirse paso en la vida fue precisamente cuando la muerte les sorprendió y es la única cosa en que realmente la muerte nos sorprende a todos.

Daniel sintió mucha alegría cuando le comunicó San Pedro que su amigo, Fernando quería verle y darse un paseo por el cielo, y como los espíritus pueden andar entre nubes, que dicen son las alfombras de su suelo, entre paseo y paseo se fueron contando que tenían ningún dolor, ni tristezas, pero que echaban de menos todo que tenían apego en la tierra.

Daniel quiso ponerse al corriente de lo que había pasado aquí, en la tierra y le preguntó a su amigo.

Su amigo Fernando le dijo: "mira, yo creía que aquí en el cielo os tenían al corriente de todo lo que pasaba en la tierra y que desde el cielo podías observar todo pero me das una alegría enorme por poder ser yo tu confidente y poder contarte todo. Tú amada mujer, Milagros, sigue sin otro hombre, tu no sabes lo apenada que se quedó. Me decía que tu eras lo mejor y lo más bonito que había tenido en su vida. Tus hijas te echan mucho de menos, Marta tiene una niña muy hermosa, se llama Aitana y Mari Flor está muy contenta pues tiene una nieta de su hija Laura, es preciosa. Como verás ya eres bisabuelo y siempre han dicho que para ellas fuiste el mejor padre del mundo".

Daniel como si saboreara los recuerdos de su dulce mujer le decía a su amigo Fernando: "tú no sabes bien cómo yo las quería. No puedo negar que a mi mujer la adoraba, y lo sigo haciendo, sé que me necesita y me echa de menos, como yo a ella".

Daniel se extendía contando a su amigo y saboreando los recuerdos con su dulce mujer, recordando sus virtudes, su modestia, sencillez, y de vez en cuando defendía con efusión algún detalle, "te acuerdas como hacía magdalenas y los callos y las manitas de cordero que a mi tanto me gustaban y que alguna vez hemos comido los dos juntos".

Estos detalles emocionaban a su amigo y contestaba también con su locuacidad confidencial: "no puedo olvidar lo que con mi enfermedad he hecho sufrir a mi mujer Sol, que el nombre la honra pues ahora sin ella estoy a oscuras y ahora me doy cuenta de todo lo que la debo. Siempre estaba pendiente de mis pastillas, de mis inyecciones, siempre detrás de mí pues yo era un rebelde. También ahora recuerdo la mesita redonda que tenía al lado de la ventana de la cocina, desde allí curioseaba todo lo que pasaba, los que venían a la Casa de la Cultura, los del bar de enfrente y en especial a los que entraban y le hacían alguna visita. También ahora comprendo lo injusto que fui con mi mujer, la hice sufrir mucho " Daniel a todo esto le contestaba diciendo que los dolores y la enfermedad se rebela justo con el que menos lo merece, con el que tienes más cerca, más cariño y más confianza, y añadía: "tu mujer y la mía se merecen la Cruz del Mérito a la Paciencia. Me sería muy grato poder bajar a la tierra a ver a mi Milagros, que hasta el nombre la honra por lo que conmigo hizo, ¡Cuánto me pudo soportar! sólo coser y callar, creo que en cada puntada que daba, dejaba cosido un recuerdo mío".

Por fin un día Daniel y Fernando se pusieron de acuerdo para pedir audiencia con San Pedro con la intención de solicitar bajar a la tierra y ver sus mujeres en el dolor de viudedad. Y dicho y hecho se dirigieron a pedir licencia a San Pedro, el celeste portero que era el encargado de estas cuestiones allá en el Cielo.

San Pedro les recibió en su celestial portería detrás de su pupitre dónde su principal ocupación era ordenar el registro de entrada a las alturas. El apóstol al ver a los dos amigos se subió las gafas a la frente y les preguntó suavemente  por su deseo. Daniel y Fernando expusieron tímidamente sus pretensiones y sobre el rostro barbudo del apóstol se dibujo una leve sonrisa.

San Pedro primeramente trató de hacerles desistir de su petición diciéndoles que había muchas solicitudes de licencias ya pedidas pero viendo su deseo e insistencia por conseguir su objetivo permitió concederles el permiso, "bueno, bueno el día de difuntos tenéis licencia para dar una vueltecita por la tierra, pero debéis regresar a las doce, sed puntuales hijitos".

Los dos amigos salieron radiantes y agradecidos al Apóstol y este movió la cabeza sin abandonar su sonrisa, luego al poco rato volvió a su tarea, el registro de entrada.

En la madrugada del día de difuntos bajaron los dos amigos a la tierra como dos chiquillos en vacaciones con el objetivo de ver lo que habían dejado allí abajo.

Dos horas antes de lo convenido Daniel y Fernando aparecieron en la portería celestial y San Pedro sonriendo y acariciándose la barba se dirigió y les dijo: 99 pero ¿qué es esto hijos? ¿Tan pronto aquí?" a lo que ellos contestaron que 91 no quería abusar La sonrisa del apóstol no se hizo esperar y parecía más intensa, "no hijos míos, no es abuso, y ¿qué tal doña Milagros y doña Sol?

estarán inconsolables, ¿verdad? "Si, figúrese lo natural, Milagros de balneario" y dijo Daniel "y en la playa estaba Sol. "El tiempo atenúa todo" dijo El Santo y ellos se quedaron en un silencio embarazoso "el año que viene os dejaré dar otra “vueltecita", les dijo el Santo para romper tan tenso momento a lo que ellos contestaron "no se moleste, no vale la pena, déjelo que comprendemos que hay muchas peticiones.... " San Pedro reía y reía y decía: Con mucho gusto os dejaré partir de nuevo.... " y es que en la tierra sólo hay dolor y crujir de dientes..... y mucho desamor....

lunes, 5 de octubre de 2009

A corazón abierto


El autor: M. Carmen Prim Melcón

Autorizo a la Agrupación Cultural Carmen Martín Gaite a publicar en la sección EL AUTOR Y SU OBRA el relato corto de mi autoría, "A corazón abierto".

Su obra:

Título: A corazón abierto
Autor: M.C. Prim

Toc, toc, toc…
¿Me escuchas?... ¿Papá?...

Hace ya mucho tiempo que quiero hablar contigo y no hay manera de localizarte, así que he decidido que ésta sea la mejor forma de expresión dirigida y dedicada a ti. Para qué dejar pasar más tiempo, ya me conoces, siempre he tenido la necesidad de decir lo que siento porque el amor me invade y necesito compartir mis interioridades. Así soy. Considero que las cosas hay que decirlas, no con el fin de hacer daño, sino todo lo contrario para evitar males mayores, resquemores, sinsentidos… Para comprendernos, respetarnos, entendernos.
No me voy a quedar con las ganas de decirte que te quiero. Sí, sí, soy un poco pesada, te lo he expresado muchas veces y las últimas, cuando tuve oportunidad de articulártelo en persona, había algo que te llevaba a interpretar: “querer de amor o querer de interés”. A mí esa duda me ofendía de pleno. Provocaba un descoloque bestial a lo puro, lo bello, lo límpido. Ahora ya escucha Te Quiero… En esta comunicación de corazón a corazón, va mucho más allá, ahora no hay posibilidad de error ni de mala interpretación, ahora lo sé.
Amo todo aquello que ofreciste… la pena es que por el camino nos separara la distancia.
Me acuerdo mucho de ti y me apetece que se divulgue, tal es mi sentimiento que deseo compartirlo, ya no quiero guardarlo más. Te lo he dicho infinidad de veces a través del viento, de las estrellas, de la luna, del sol, ellos son buenos consejeros, pero tengo la sensación como si alguien de camino lo necesitara y lo retuviera para sí, así pues ésta tendrá que ser la forma en que por fin te llegue y además a todo aquél que le pueda interesar.
Mi ojo izquierdo ha decidido protagonizar la melancolía y deja escapar una lágrima tras otra… muy despacio y con cariño… con mucho cariño.
Llevo mucho tiempo tras tuyo, lo sabes, y me da que tú te quedaste con las ganas de vernos, de hablar, de compartir unos momentos, unas miradas… aprovecho pues la ocasión y me aseguro de que lo percibas.
Ya he hecho otros intentos, en vano, y el pasado año estaba demasiado afectada.
Ahora hace un año, día arriba día abajo, que me enteré de tu marcha.
¿Adiós?
Sí, pero no como aquella vez, allá por el 77. Esta vez diferente.
Ahora sé que no te encontraré ya por ningún sitio, no como tantas y tantas veces que te he sentido muy próximo, y te he visto en muchas personas que no eran tú.
Lo bueno es que te siento muy cercano.
¿Sabes que guardo muy buenos momentos vividos contigo?
¡Cómo no! Sería una necedad olvidar. Me parece una forma muy bella de iluminar otros momentos menos gratos…
Tuve una infancia envidiable. La vida y el mundo me parecían magia pura. Quizá por ello me acuerdo ahora tanto de ti, porque me vuelvo a sentir así.
Fuiste un artista, un genio y me quedé con las ganas de escribir un artículo sobre tus logros. Quizá por ello sienta como una asignatura pendiente y sea ésta la forma de desquitarme ya, por fin.
Tu gran afición la convertiste en oficio, las maquetas, las reproducciones a escala y miniatura. Todavía veo esas tallas en tiza ¡qué paciencia y qué arte!, aviones, barcos mercantes, de guerra, teléfonos… ¡qué pulso tan firme! La maqueta del satélite era una fantasía maravillosa, reflejo de la realidad del avance tecnológico, eran los años sesenta y algo, me quedaba embobada con ese satélite de comunicaciones moviéndose alrededor de la tierra que encendía los lugares a su paso.
Cuando íbamos al campo cogíamos plantitas, semillas… que luego utilizabas para adornar esas reproducciones. Estabas dedicado en cuerpo y alma a tus creaciones, tanto, que, a veces, te traían tus compañeros de trabajo a casa desvanecido, agotado por no dormir y no parar. Todo para cumplir con los plazos de entrega. Es complicado renunciar a algún encargo pues podía significar una puerta cerrada en el futuro.
En ese tiempo tan complicado nos llevabas a ver a los abuelos a Valencia y de allí, nos acercabas a algún lugar en la costa y nos visitabas de viernes a domingo… ¡Qué recuerdos tan extraordinarios guardo de esa época! Teníamos una relación muy bonita. Suele ser así, por lo menos eso dicen entre la relación de las hijas con sus padres y la de los varones con las mamis ¡Me cogías en brazos con unas ganas!... A mí me encantaba, disfrutaba de una manera inmensa. Sentarme sobre tu tripita cuando estabas tumbado en la playa me parecía lo más maravilloso del mundo, y luego, para mayor gozo, me elevabas con los brazos hacia el cielo y me encogía y retorcía de alegría… ¡qué carcajadas y qué risas!
Por entonces coincidíamos con los primos y nos juntábamos unos cuantos. De bien niña, podría tener 3 o 4 años a lo sumo, os dio por vestirme de fallera, ¡qué sufrimiento! Se supone que a los abuelos les haría mucha ilusión, por lo visto era de una vecinita que tenía mis años y nos dejaron el traje y adornos. Todavía lo tengo presente, no tanto por el vestirme que resultó bien entretenido, sino por el peinado de las dos trenzas que me hicisteis y luego enroscasteis a cada lado de la cabeza y, lo peor de todo, las peinetas, ¡qué pinchotazos tan tremendos en la cabeza! y con el pelo tan tirante que no pude aguantar el dolor tan inhumano que sentí y lloré y lloré a base de bien, no había forma de aplacar mi sufrimiento. Tú, gran amante de la fotografía y el cine, grababas la ocasión, pero salí encima de un pozo con una llantina de cuidado. Creo que alguna imagen quedó de cuando consiguieron tranquilizarme un poco y salía caminando, a duras penas porque resultaba bastante difícil, debido por un lado a los pocos años que tenía y por otro a la cantidad de capas que llevaba entre faldas, combinaciones y medias.
Cuando niños, tuvisteis una idea muy bonita, conocer el litoral de la Península Ibérica a través de sus cabos y faros, una forma preciosa de aprender geografía. ¡Qué lugares más recónditos, cuán bella y sorprendente se manifestaba la naturaleza con sus olores, ruidos, colores y qué carreterillas! Aún hoy me transporto a esa época cuando subimos un puerto de montaña en coche y suenan esos mojones de obra o de piedra que resuenan con ese rítmico ruido tan particular. Estoy impregnada de tal manera de todo ello que es habitual que ante un olor, una imagen, un ruido me venga de pronto un momento similar en la niñez.
En cierta ocasión se estropeó la bocina del vehículo y nos comprasteis unas trompetas de juguete en una tienda y cuando venía una curva muy cerrada nos decías que las sopláramos, ¡qué ruido más estruendoso! Acabamos todos un poco saturados, hasta que por fin encontramos un taller donde poder solucionar el problema.
¡Qué de aventuras! ¿Ves como no es posible acabar con todo aquéllo?
De niña era muy miedosa, tanto que llegaba a pasar verdadera angustia por las noches, cuando ya todos dormíais. Me escondía entera bajo las sábanas pero duraba poco tiempo porque me ahogaba ahí debajo, así que tenía que hacer un mini agujero por donde entrara el aire y poder respirar. Sólo a la tía se le ocurría hablarme de brujas, monstruos y cosas por el estilo con la excusa de que o comía o venía alguno a llevarme. Llegó a tal punto que en un par de ocasiones y haciendo un gran alarde de valentía corrí a refugiarme al cuarto vuestro que estaba justo al lado del mío, pero con tan mala pata que a tí no le hizo ni pizca de gracia. Entonces, lo que fue genial fue la manera de ayudarme a superarlo.
Por entonces sacabas en cine aquellas ocasiones que te parecían más oportunas y, en el pueblo, en El Boalo, nos estaban excavando un pozo. No se cómo ocurrió pero el caso es que nos sacaste nadando en el mar y, por aquellas casualidades de la vida, se impresionó sobre la misma película en la que los obreros estaban trabajando, ¡fue todo un acontecimiento extraordinario! Ahí salíamos nosotros, los niños, que parecíamos gigantes, nadando y manoteando sobre los obreros, y gracias a ese llamémosle error – casualidad, me empecé a reír y empecé a ver con menos pánico las películas de gigantes, de King Kong…. típicas de entonces.
Ahora sé que es, ya no bueno, sino muy saludable tener recuerdos, pero, eso sí, no quedarse enganchado con ellos, ni con los buenos ni con los malos, no, simplemente, recordarlos con ese regustillo, sin dejar que te amarren.
Unos años atrás, volvía de tomar un “tentenpié” en el momento de desconectar un poco del trabajo y se me vino una sensación bastante agobiante, y, sin venir a cuento, el agobio fue tal que me hizo llorar y llorar, y no había forma de que se me pasara antes de regresar a la tarea. Me vino tu recuerdo de pronto, sin más. Estuve en el lavabo mojando mis muñecas y aclarando la cara. Hacía bastante que no tenía noticias tuyas. Puede que entonces desearas algún contacto y me llegó de una forma brutal, pero la situación no te lo permitió. Estuve tras tus pasos pero no conseguí nada. Luego con el tiempo me enteré que habías estado bastante fastidiado y que habías pasado por quirófano.
Un Profesor recién me comentaba que algunos hombres, cuando tomáis la decisión de cortar, va por encima de todo, incluso por encima de vuestros momentos de duda ¿debilidad?, de dar marcha atrás e intentar el arreglo ¡Vaya vaina!, no se me ocurre nada mejor que decir. El aprendizaje ahí queda. Ante cualquier momento se hace necesario una buena degustación, una adecuada digestión y un correcto proceso ayudan a avanzar y crecer en el camino.

Bueno, que Te Quiero muchísimo

lunes, 24 de agosto de 2009

Déjame ir....

El autor: Adelfa Martín Hernández

Autorizo por medio de la presente, se sirvan publicar en su blog lo que les adjunto, un cuento-reflexiòn muy cortito, si es que les parece bien y es de su gusto.

Atentamente,
Adelfa Martìn

Su obra:

Título: Déjame ir

Autor: Adelfa Martín Hernández


DÈJAME IR...

Escribo para ti porque lo hago en silencio, plasmando las tonterías que se me ocurren cuando estoy sola, y puedo adentrarme en mis sentimientos, pensamientos, deseos y contradicciones, si mi única compañía es la música que me sirve de fondo.Escribiendo en soledad, puedo decir lo que quiero sin sentir que alguien está mirando sobre mi hombro, sin ser espiada, sin que traten de leer entre líneas lo que si pasa por mi mente, pero que me esfuerzo por no dejar? aún? traslucir.Puedo decir sinceramente que ya no me interesas, que estoy más sola, fría y distante cuando estas cerca de mí, que en estos momentos de real y palpable introspección. Que eras? que fuiste? que sentí? que te amé?Difícil no herir tu susceptibilidad si con poco que te fijes, habrás de darte cuenta que hay cosas que se transparentan, asoman a los ojos, se palpan en el aire... y tu debes notarlo.Deseo que lo notes, deseo que seas tu el que me digas ya no te amo? ¡como aliviarían mi alma esas palabras!?todo, menos sentirme culpable porque soy desagradecida, indiferente, poco solidaria, o que olvidé con gran facilidad las tantas cosas que has hecho por mí.

Sin embargo, como te daño más?¿hablando o callando?...callando, ¡claro está!, pero deseo alargar en lo posible esa felicidad ficticia en la que vives, porque te quiero lo suficiente para que me importe tu, solamente postergado, sufrimiento.A veces creo que lo sabes, que lo sabes muy bien, pero en tus ansias por negarte a esa realidad que tienes ante los ojos, finges demencia, te haces el desentendido para no darte cuenta de nada?entonces ¿Quién es más egoísta?, porque siendo así, sabes que estas sacrificándome en aras de tu propia falsa felicidad, ya que en el fondo no lo eres?no puedes serlo?Lo que gritaría es que ya no te quiero, que no deseo seguir contigo, que me duele tu presencia y me hace feliz tu ausencia. No nos engañemos, realmente lo nuestro ni siquiera se parece a lo que fue, ni para ti ni para mí.

Por favor?.Déjame ir, caminaré hacia mi vida futura sin ataduras, sin lastres, sin dolor, sin rencor; me iré de la mano de lo desconocido que conjura mi alma y excita mi imaginación. No iré despacio, correré hacia el final del arco iris que brilla para mi sola, ofreciéndome toda clase de posibilidades.
El pasado es reserva de experiencias, el futuro eriza la piel, y, extendiendo ante nosotros sus alas blancas, brillantes y transparentes, nos sube alto para que volemos en el atractivo carruaje de la esperanza, de los sueños que queremos exprimir gota a gota, de la aventura, que solo puede disfrutarse en total ...libertad

Adelfa Martín
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miércoles, 1 de julio de 2009

La paradoja


El autor:

Antonia Blasa Martín Pérez

Declaro que soy la autora de la obra “La paradoja” y autorizo su publicación en el blog El escritor y su obra. Espero les guste y podamos seguir compartiendo.

Su obra:
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Título:... La paradoja (Relato corto)
Autor:...Antonia Blasa Mart.in Pérez
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.Los seres humanos a veces se comportan como gusanos, son especie de generación tardía donde la indiferencia hizo nido para la mutación. Mundo infinito creado por Dios para ofrecer un lugarcito tibio a los vivientes, incluyendo a los gusanos, que exceptuando por la repulsión que causan, debieran tener mejor calificativo y en la soberana comparación ganan en clemencia ante los ojos del Señor.
Yo lo vi
En una calle de esas de ciudad grande que son de todos o de nadie; pero anchas y libres para hombres, para gusanos, para bestias y para el amor, yo lo vi. Digo de ese amor que anda suelto cabalgando lo mismo sobre elegantes de leontinas de oro, que susurrando dádivas entre harapos, digo de ese amor para no confundir a los gusanos. Así es el mundo.Grande y pequeño. Amplio y estrecho. Entero y roto. Donde todo cabe y todos cabemos, al menos así debía ser. Yo lo vi.
Era un viejo extraño y harapiento, con los ojos demasiado grandes para sus órbitas pequeñas, tal vez por el hambre o el frío, quizás por el desamor. No pedía dádivas el triste viejo, las recogía de lo que otros dejaban. Infeliz viejo sin nombre, sin calle. Feliz viejo estoico de sonrisa maltrecha, inocente y ajeno; soñando con besos ausentes que se perdieron en la memoria.
Yo lo vi.
La prepotencia enfundada en traje de hombre; hombre despiadado y miserable sin la funda de su traje .La boca grande como fauce mascullando ofensas al desvalido.Tiranozuelo tonto creyéndose Dios y oliendo a colonia cara. Cerró esposas en las frágiles muñecas del vagabundo sin el más mínimo respeto; un volcán sucio de improperios fluyendo de las fauces abiertas y babeantes: "Prohibido recoger dádivas. Contravención al orden. Desvergüenza para la calle. Mancha para la sociedad. Hedor para el aire."
Yo lo olí.
Y el gran ser humano bajo los harapos llevado en andas.Y el pobre viejo sin calle conducido por la fuerza.Y el pobre hombre cubriendo su vergüenza con excusas mientras los ojos marchitos relampagueban. Era una cacería para el buen nombre de la calle de todos y de nadie. La fiera conduciendo al hombre para ser devorado por el desamparo. Era la soberbia y prepotencia de un gusano que parecía humano llenándose de euforia por un acto de seguridad.
Yo lo vi.
La calle se puso triste como si una carroza fúnebre condujera a un rey muerto hasta la cripta de mármol.Un silencio respetuoso acalló la orgía.
Yo lo sentí.
En la otra esquina donde competían el oro y el brillo, un pillo cualquiera traficaba con el pudor y se guardaba el dinero maloliente.Y siguió pisando firme sobre la calle de todos, sin bestias ni hombres tras sus espaldas anchas y su estómago repleto.
Yo lo vi.
Dicen que el mundo es ancho. Dicen que la calle es de todos. El andén perfumado se cubrió de un vómito violeta.
Yo lo olí.

jueves, 28 de mayo de 2009

El funeral




El autor:

Tomás Macho de Quevedo López, autorizo a la Agrupación Cultural "Carmen Martín Gaite" a publicar en el Blog de la Agrupación la obra de mi autoría

Su obra:



Título: El funeral (Relato corto)
Autor/a: Tomás Macho de Quevedo López





Jacinto Contreras cumplía los años el mismo día de su muerte. Y por más que le doliera los cumplía año tras año, sucesivamente, como todo el mundo, con la cansina cadencia de doce meses por año, aunque él durante setenta y nueve veces más, hasta que la vida se aburrió y dijo basta: como acostumbra la vida a decir desde siempre. Se pitorreaba con tanto descaro de sus paisanos, que muchos dejaron de hablarle por no sentir la vergüenza de verse acribillados por su verbo agudo en el momento más inoportuno y, sin embargo, no poder arrearle un buen golpe en esa bocaza que era lo que se merecía. Pero la ponzoña que alguna mala gente escupe a la buena gente, hiere tanto, que a veces es capaz de quedarse impregnada durante años. Y el tiempo no logra hacer olvidar ni perdonar. Y se quedaban con las ganas de arrearle y con la hiel en la boca. Alguno más harto era capaz de murmurar entre dientes la sin razón de la media hostia del tío ese y los más débiles aconsejaban a los que perdían el control eso de…déjalo estar que ya se aburrirá…que ese solo está buscando que alguien le meta una buena para organizar el lío…Y el resto pensaba que para qué. La que se podía montar si alguien le ponía la mano encima podía ser fina: Jacinto procuraba no ponerse demasiado en peligro y si era preciso buscaba la protección del que tenía la obligación, que no las ganas, de hacerlo así en algún momento requirió el servicio de los números de la guardia civil y estos se lo hicieron saber a la gente.
Estando a su lado y prestándole atención, daba la impresión de que le habían dado mucho más de sí sus años que a todos los de su quinta juntos, que no eran pocos, en el pueblo de viejos en que se había convertido en pocos años, tan bullicioso antaño y tan abandonado ahora por la juventud que escapaba como huyendo del propio demonio. Era el que más “de todo” había hecho, el que más “de todo” tenía e incluso al que más cosas desagradables le habían pasado nunca. Y resultaba en sus palabras tan convincente que nadie se atrevía a poner en duda los discursos de Don Sabioto, como le acabaron llamando. Hasta predijo que él sería el primero de todos ellos en morir. Esa afirmación le entristecía tanto que se ponía a llorar y la lástima de verlo provocaba en la gente mayor interés y se acercaban un poco más e incluso el más osado de todos hasta le preguntaba el por qué decía lo que decía. Jacinto Contreras que lo sabía respondía o bien con un insulto o bien con una patada a la buena fe de la gente…a mi lo que verdaderamente me jode es no poder veros muertos uno a uno y el sufrimiento que vayáis dejando…y se echaba a reír de un modo exagerado agitando extremadamente los brazos en forma de molino, en medio de la espantada general.
En este momento se encontraban de funeral en la iglesia mirándose de soslayo los unos a los otros, repasando los malos momentos que les había dado Jacinto Sabioto y a la vez pensando quién sería el próximo en acompañarle.
Se consideraba un hombre feliz y sin embargo la gente que le conocía más, aseguraba que esa afirmación tenía un vestigio de soledad, de autoprotección y de complacencia ante la cruda realidad. Su infelicidad empezaba por él mismo y por su comportamiento un tanto despreciativo de cara a los demás. Nunca había sabido cual era la medida entre el sentirse feliz con lo que a uno le ha tocado vivir e intentar dar envidias y enredar a todo el que podía. Pero eran muchos los que le hacían corro para escuchar sus historias. Historias que a buen seguro nadie creía del todo pero que sin duda entretenían a la mayoría del auditorio. En lo que todo el mundo estaba de acuerdo era en su especial manera de ser y de contar. Siempre fue un hombre un tanto especial. Ya de niño, sus padres se lo repetían una y mil veces con ese tópico que cada padre emplea para su propia conveniencia. !Por Dios que niño más especial eres para todo¡. Acompañado de un coscorrón o un cogotazo. Es el legado de la historia. Pero ahora y en la hora de su muerte con los setenta y nueve cumplidos el mismo día, ese tópico quedaba realzado y todo el mundo que asistía y velaba su cuerpo lo pensaba pero nadie se atrevía a decir.
¡Un hombre especial hasta para elegir el día de su paso a la eternidad!. Así empezó a sermonear el cura Don Paco, o el "Pacurilla" como se le conocía en los círculos más críticos del pueblo, haciéndose eco del pensamiento popular, señalando la sencilla pero a la vez señorial caja mortuoria que el propio finado había dispuesto cuando se supo morir. Y que ahora descansaba sobre un catafalco inestable hecho con toda la buena fe pero con la austeridad que siempre proclamaba, como su verdadera religión, por el sacristán, hombre que velaba por la iglesia en el sentido más amplio de la palabra y que muchos de los allí presentes se mostraban preocupados por si se fuera a caer. Uno le decía al otro menos mal que este ya no se mueve porque si no se daría la hostia que nadie se atrevió a dale en vida. Y esbozaban de soslayo unas sonrisas que a veces se acompañaban con una especie de hipo reprimido que hacía volverse a la fila inmediatamente anterior. Decían las lenguas viperinas, que el nombre de Paco se lo pusieron sus padres porque les parecía el nombre más apropiado para que el niño se encarrilara por el buen camino: Camino de la curia romana. Todo un reto para esos padres. Otros decían que en verdad le pusieron Ladislao pero que cuando el niño ya con uso de razón y una vez tomada la primera comunión le confesó a su madre su intención, Madre, dijo muy solemne, eso quiero hacer yo. Desde ese mismo momento se decidió que le llamarían Paco, como decir, como el nombre artístico. Y esa madre orgullosa dónde la hubiera por el sentido de madurez de su primogénito y único hijo. Ella decía que estaba orgullosa de su primogénito: Pero señora no diga usted eso que parece que tiene usted una docena de hijos, cuando es el único te tiene. Ella alzaba la cabeza y orgullosa inhalaba los momentos como si fueran aromas que el Señor le había mandado. Y cuando los médicos le diagnosticaron no sé qué cosa de los huesos y le dijeron que no iba a levantar más de un palmo del suelo, se aplaudió malignamente la decisión celestial de hacerle pequeño para que le fuera ajustado el nombre con la profesión. Pero allí en lo alto del púlpito se crecía, sus sermones eran doctos, brillantes y cargados de metáforas que los fieles apenas entendían pero que valoraban precisamente por la amalgama de latinajos que metía entre frase y frase. Cuanto más denso y menos inteligible fuera, mejor, más trascendente. Como les pasa a las medicinas que cuanto más cuestan más curan -Ha debido de ser muy importante lo que ha querido decir Don Paco porque no le he entendido nada, menos que nunca.- decía una señora a la salida de la iglesia y su compañera agarrada del brazo asentía - y muy interesante- a la vez que expresaba su admiración - ¡Ha estado francamente bien¡. -¡Que bien habla este cura! decían otros. - Y en todos se notaba el signo de la ignorancia en su estado de gracia. Y es que este tipo de cosas siempre ha impresionado. Se le veía hasta más alto que los monaguillos que trataron en vano de averiguar si se valía de algún poyete para aparentar o era sin más el efecto óptico del púlpito pegado a la media columna o era que levitaba como le sucedía a Santa Teresa por la gracia de Dios. Si el púlpito por si mismo y allí pegado a la columna, como si le hubiera salido una giba, sin cura ni nada, impone, con cura, mucho más aunque este sea Don Paco. Don Paco tenía mucho que contar de su amigo Jacinto tanto que no sabía por donde empezar. Se conocían de chicos y se puede decir que había habido de todo en su amistad pero lo significativo del caso era lo distinto que eran uno del otro si el uno iba para cura el otro para diablo tan distante, tan distinto en pensamiento, en palabra en obra y también en omisión como a veces le recordaba el mismo Paco a Jacinto. Tal era así, que mucha gente pensaba que la relación de amistad no podía durar mucho más allá de cualquier improperio de uno para que fuera devuelto por el otro doblado y que empezara una guerra que los más pesimistas decían que hasta podía ser decisiva para uno de los dos. Craso error ahora y en la hora de su muerte nunca se pusieron de acuerdo en quién iba a morir primero. - Yo a lo máximo que llegaré si mueres tú primero, es a emborracharme durante la novena que se le reza a los muertos para que penes, con perdón, tus penas en el purgatorio. Será mi canto y pero esto no te lo prometo te hago una misa que será la única vez que me veas entrar aquí, si es que estás en algún sitio viéndome como les dices a los que te gusta tanto engañar. Nunca pudo imaginar que fuera el cura el que le sobreviviera y que el verdugo fuera su amigo el cura que ahora y de cuerpo presente tuviera que aguantar como un fiel más el sermón que se disponía a darle: eso sí, cómodo. Como decía Paco el hombre propone y Dios dispone querido Jacinto a lo que Jacinto respondía todo una canto al antojo de tu Señor querido Paco.
“Hermanos en Cristo, nos hemos reunido un día como hoy para despedir a un amigo del pueblo, a un hermano que lo era de todos nosotros Jacinto Contreras.”
- Espero que seas breve...
“ En estos momentos de dolor tan intenso por la, aunque esperada, no por ello menos dolorosa, desaparición en su estado físico, en su estado material, - como a él sin duda le gustaba decir cuando hablaba de estos temas – ya que él nunca nos dejará, pues estará siempre presente en nuestras memorias – Y hacía una de esas pausas que más bien parecían finales de sermón pero que de repente, cogiendo mucho aire, gritaba irritado. – y porque del mismo modo que Dios nuestro Señor está ahora mismo a su lado, también estamos nosotros con él, aunque ya no le podamos ver, aunque ya no le podamos nunca jamás oír, nunca, nunca, nunca, dejará de estar con nosotros.
- Así me gusta Paco, Dios a mi lado y no yo al de él. Me halagas…

lunes, 27 de abril de 2009

Sombras en el patio




El autor:

Olga María Romero Mestas

El cuento era para la VIII edición, y ya no debe servir para la novena, pues a última hora lo incluí en un libro de cuentos míos que acaba de salir de imprenta. De todos modos, es un texto que me gusta mucho, y si a usted le gusta, le expreso mi acuerdo formal para publicarlo en el blog.
Yo soy editora de la editorial que acaba de publicarme, así que le garantizo la cesión del derecho de autor, sin líos, como decimos acá.


Su obra:

Título: Sombras en el patio (Relato corto)

Autor/a: Olga María Romero Mestas


A Carlos Victoria, in memorian

Ana está esperando a alguien que es amigo de su madre desde la infancia, un escritor conocido. Tiene proyectos e ideas informes que conversar con él; quizás pueda recibir alguna sugerencia que la ayude a terminar un libro. Descalza, se para en el umbral del patio: quiere recoger limones verdes. Deja los papeles encima de la mesa auxiliar, bastante regados.
La primera vez que conversó con el escritor él le contó de las limonadas frías que prefería tomar por las tardes, antes de la comida. Las matas siguen siendo las mismas, pero ella sabe que el desarraigo podría ser más fuerte que la memoria. Comparte con él cierta estética del desaliento que se extiende por zonas inefables: la tierra ya no huele igual cuando llueve, las rutas mágicas que permiten aprehender la ciudad se van desdibujando en el imaginario colectivo, no se pertenece a ningún sitio.
En las clases de literatura nunca un profesor lo mencionó. La censura puede más que las palabras, y las prohibiciones ningunean cualquier obra que no esté debidamente aprobada en el plan de estudios. Ni siquiera ha leído todos sus libros, porque no hay dónde encontrarlos. Se ha hecho una imagen del autor que está definitivamente vinculada a los recuerdos de otros, al mito que lo envuelve, al afecto casi familiar que siente su madre por el niño de entonces, que fabuló para ella un mundo de irreverencia y desorden.



—Niña, póngase zapatos.
—Abuela, déjame tranquila.
—Quién ha visto recibir visitas sin zapatos…
—Abuela, déjame tranquila.
—No me replique, ni me hable de tú, fresca, y ande a ponerse zapatos, que yo preparo la cafetera y enciendo la hornilla de carbón.
—Abuela, déjame tranquila. Voy a hacer el café yo misma, y la comida. No me des órdenes que ya soy mayor.
—Atrevida. Es una descortesía recibir a una visita sin zapatos.
—¡Abuela, déjame tranquila!
—Voy a salir a la iglesia, porque me va a dar un soponcio. Dejo la puerta del pasillo entreabierta, para no llevar la llave. Vea que no se descuide: cualquiera puede entrar. Vea que no se le queme la comida.



Ana pone el café y sale al patio. Casi nunca comparte ese espacio con nadie. El olor de los ajíes, las ciruelas amarillas cuando están bien maduras, los mangos enormes, las mandarinas, iban marcando el paso de clases a exámenes, a vacaciones, a clases nuevamente. La acompañaron los olores en sus martirizadas horas de incertidumbre en la fe, en el desánimo que escuece. Eso ha quedado atrás. Ya no hay más beca, ni grupos de amigos que rezan juntos, ni malecón donde cantar en las noches, ni mar lleno de gente que va en busca de algo que el escritor no encontró. Sabe que no lo encontró porque ha conversado mucho con él, cuando viene de visita a Cuba. Se pregunta qué sería exactamente lo que buscaba, porque nada, absolutamente nada, ni siquiera Dios, ha curado la tristeza de ese hombre que se extravía siempre en la memoria de la calle llena de polvo donde creció, de los amigos que bebieron con él, y de quienes lo acompañaron en la ardua tarea de no beber más.
Se sienta sobre la tierra, y escucha. Su hijo de tres meses puede empezar a llorar en cualquier momento, y tendrá que darle de mamar. Es difícil escribir después de dar el pecho toda la madrugada. Está agotada, y aún así la anima el encuentro previsto, los gestos que conoce, la voz de alguien que ha escrito en condiciones quizás más difíciles, agobiado por la política y la locura familiar. No ha averiguado si quiere realmente escribir, porque cuando lo intenta las cosas le parecen demasiado propias, íntimas, y no quiere reconstruirse a partir de palabras.
En el patio ha bebido, ha fornicado, ha rezado, ha pasado horas enteras en las ramas. Tiene una foto con su hermano, subidos en la mata más vieja de naranjas valencia, comiendo hollejos y chorreando jugo. Hubiera querido detener el instante en algo más que una foto, porque lo sabe deshecho por las diferencias. También al escritor lo acompañaron las diferencias, aunque de eso casi no quiere hablar. Habla de aquello que conoce bien: las raíces en el patio de Ana, la fuerza del chorro que sale del pozo de mano, los pilones de mármol rotos por el uso de un siglo, abandonados bajo las matas de café y limón.
La tarde es tibia, apenas fresca bajo los árboles. Cuando niña, ese era su feudo particular —a la abuela le cayó un mango en la nariz y le partió el vómer, y no ha vuelto a pararse por ahí—. Llevaba a las muñecas de excursión, con el extravío correspondiente. Venía a salvarlas su padre, que sabía del terror a la noche que ella sentía: cuando oscurecía no le importaba nada que no fuese su propio miedo. Ya no siente pánico, pero se guarda bien de las sombras en el patio. Por eso nota que es hora de entrar, y dedicarse a hacer la comida y el café. Se le ha hecho tarde, está sin bañarse, y ni siquiera ha recogido los limones. Arranca unos pocos y regresa a la cocina.
Allí está el escritor, quién sabe desde cuándo, descalzo; ha puesto a hacer el café y revisa los papeles en desorden.

domingo, 5 de abril de 2009

Feliz aniversario




El autor:
Yo, Yanet Elena Carbonell Meza, Venezolana CI. 6.364.134, participante en el VIII Certamen Carmen Martin Gaite, autorizo a la mencionada asociación Cultural para publicar en su blog, el relato breve de mi autoría, “Feliz Aniversario”, el cual quedó entre los cuentos finalistas.Muchas gracias por la oportunidad de participar.Sin otro particular a que hacer referencia se despideYanet Carbonell.
Su obra:
Título: Feliz Aniversario (Relato breve)
Autor/a: Yanet Elena Carbonell Meza

Quien iba a decir que esta pareja estaría celebrando su decimoquinto aniversario, ni ellos mismo lo hubieran sospechado, habían seleccionado con tiempo un café en el centro de la ciudad, muy poco conocido pero fácil de recomendar.Caminaron por el boulevard que lleva directo al Panteón Nacional, que más que un espacio de paseo funge como un corredor vial peatonal, la gente transita velozmente a los lados de antiguas casa pintadas con el deterioro de los años, una plaza adornada con indigentes, tomados por el alcohol y perfumada con sus residuos; antiguas “fuentes de soda” con sus banquetas redondas y giratorias. Es una zona con tonalidades grises, todo puede pasar desapercibido, excepto, la gran puerta que lleva al Café Veroes. Ésta se extiende hacia el cielo, al traspasarla el verde jardín principal da la bienvenida con una cálida iluminación natural y el brillo de los pisos, a los lados, los muebles antiquísimos haciendo gala del mantenimiento que reciben, acompañan el recorrido hacia la biblioteca, allí se observan personas leyendo el periódico del día, abanicados por la abundante vegetación del patio trasero hacia el final del mismo, allí está el café.Mientras hicieron el recorrido, ella hablaba sin parar y casi sin respirar; del tráfico, la gente, el calor y halagaba el lugar por ofrecerle un oasis en medio del caos. Él la miraba sonreído reconociendo la misma mujer de siempre.Tomaron asiento en una mesa que les permitía disfrutar del jardín y desdibujar por unos instantes el “centro de la ciudad”. Él espero pacientemente que ella hiciera una pausa y le dijera lo mismo que tantas veces: - habla tú, que ya he hablado mucho, yo si hablo ¿verdad?Él mantuvo el silencio un instante y le dijo:- ¡Tantos años! ¡Ha sido muy bueno tenerte a mi lado! ¿Recuerdas cómo fue al inicio?, tuve tanto temor a que me rechazaras, te veía tan profesional, tan seria, tan controlada, que jamás pensé que me corresponderías. Cuando me atreví a preguntarte: ¿alguna vez te enamoraste de la persona equivocada? Casi me desmayo cuando me dijiste, si… de ti.- Si, que gracioso, ¿no? De verdad, no supe que me pasó, para mi fue sentirme enamorada por primera vez, el insomnio en mi corazón, los movimientos de mi estómago suplicando tu presencia que arreciaban al escuchar tu voz, o al verte. Soñaba con repetir aquel primer beso dentro de mi carro, en aquel estacionamiento. Mi corazón se ahogaba si no estabas, me volví una mujer desesperada y celosa, nada más me importaba, sólo, saber qué hacías, quien te llamaba, y seguir todos tus pasos. Nunca te lo he dicho, pero era igual de grande la intensidad del amor que del sufrimiento cuando no sabía de ti. ¡Gracias a Dios ya no es así!Él, bajó la cabeza, apretó los labios y la tomó suavemente de la mano, levantando ligeramente la vista para decirle:- Ya me he dado cuenta que no sientes lo mismo, he estado temiendo que tal vez te gusté otra persona.- ¿A mi? No, jamás, tú sabes que mi corazón sólo te pertenece a ti y a mi esposo, y por cierto, ¿tu esposa cómo está?.