miércoles, 30 de diciembre de 2009

Volverán


El autor: M. Teresa Elizondo

Autorizo a la Agrupación Cultural Carmen Martín Gaite a publicar en la sección EL AUTOR Y SU OBRA el relato corto de mi autoría, "Volverán".

Su obra:

Título: Volverán
Autor: M. Teresa Elizondo A.

Hacía tan sólo una semana que el hombre había comenzado a unir su mente colectivamente, y los viajes astrales eran ya pan comido. Se había publicado incluso una guía con instrucciones precisas para poder realizarlos. Sé que debiera alegrarme, sin embargo me sentía culpable por ello. Todo aquel adelanto era sin duda fruto de mi trabajo, mi constancia y por qué no decirlo, también de mis mentiras. Podría considerarme el ser más importante de nuestro bello planeta, La Tierra, pero no sería más que otra gran mentira. Habían transcurrido apenas diez años desde aquella fatídica mañana, para mí toda una eternidad. Cada día antes de acostarme intentaba cerrar los ojos y echar al menos una lágrima. De esta manera me sentía más humana, pero llevaba meses sin conseguir expulsar gota alguna. Mis lagrimales se habían secado, al igual que mi corazón. Aún me quedaba aquella presión que oprimía mi pecho y conseguía dificultar mi respiración. Nunca pensé que llegaría a familiarizarme e incluso alegrarme con aquel dolor. Era todo lo que me quedaba de ellos.


Encendí el ordenador para observar el índice terráqueo global de suicidios. Había descendido un cinco por ciento con respecto al año pasado. Los datos seguían una curva descendiente exponencial, como todo aquello que seguía el orden natural de las cosas. Resultaba irónico pensar en ello.

Casi todos los seres humanos teníamos el pelo cano. Nadie se molestaba en teñirlo. La desidia era generalizada, a pesar de todo nuestro desarrollo mental. No era el único cambio físico que se había operado. El tamaño de nuestras cabezas era ligeramente superior, sin duda debido al desarrollo forzado de nuestros cerebros. Combatir con los dolores de cabeza resultó duro al principio, pero no tanto como lo fue intentar detener la avalancha generalizada de suicidios.

Cada día me pregunto si estoy actuando correctamente, si la humanidad está siguiendo el rumbo establecido y alcanzaremos el trofeo esperado, o simplemente somos meros títeres y no los volveremos a ver hagamos lo que hagamos. Yo sigo apostando por lo primero, pero ya somos pocos. Tal vez todo termine antes de que lo consigamos y todos nuestros esfuerzos hayan sido en vano. Me hubiera gustado no ser la escogida, demasiada responsabilidad. Sin duda resultaría más sencillo haber sido manipulada como todos los demás. Quién sabe, de no haber sido yo, quizás no seguiría con vida, un simple dato más en las estadísticas de suicidio.

Cuán extraño y dirigido había sido mi desarrollo profesional, de psicóloga carcelaria a desarrolladora mental global. Todavía recuerdo la ilusión con la que acudía a los casos inusuales. Lo segura que me sentía conmigo misma y con todo lo que me rodeaba. Lo feliz que era con los míos, segura de que jamás habría nada ni nadie capaz de poder alterarlo. Mi querida y dulce Helena, de tan sólo cuatro años de edad. Recuerdo sus parloteos, no había manera ni modo de callarla. Y mi Miguel, dos añitos recién cumplidos, al que le acabábamos de quitar los pañales y en tan sólo dos semanas tenía dominado el asunto en cuestión. Recuerdo su culito respingón al tratar de subirse él solito a la trona. Le gustaba hacerlo todo por sí mismo, independiente hasta el final sin que ello restase cariño alguno a su personalidad.

De haberlo sabido no hubiera acudido aquella mañana diez años atrás, aunque sin duda mi ausencia no hubiera hecho otra cosa más que retrasar lo inevitable. Entré en la celda con la sonrisa absurda de cada mañana. Saludé a mis compañeros y me senté en la mesa frente a aquella mujer con aires de parecer interesarme su bienestar. Saqué cautelosamente los papeles de mi maletín y los releí atentamente. Mi trabajo consistía en distinguir a los que transgredían la ley a conciencia de los que lo hacían por enajenación mental.

Uno de los principales signos visibles de enajenación mental era la falta de aseo personal. Aquella mujer vestía correctamente. No llevaba puesto un calcetín como gorro, bufanda o guante ni nada similar. Las ropas se correspondían a la moda contemporánea e iba acicalada tal y como se esperaba de cualquier persona en sus cabales. Su cabeza era en proporción más grande de lo normal, aunque sus rizos lo disimulaban adecuadamente. Era de complexión pequeña y en su ficha constaba que no consumía drogas ni alcohol, todo ello acorde con los resultados de los análisis clínicos efectuados. Su situación laboral era activa y formaba parte de un importante equipo de astrólogos. El test de inteligencia delataba un coeficiente muy superior a la media. Esta vez la mera observación no bastaría para emitir un juicio de valor acertado.

- Por favor, indíqueme si alguno de los siguientes datos es incorrecto – inquirí – se llama Carol, mujer, heterosexual, treinta y cinco años de edad, soltera, sin descendencia ni ascendencia conocida, astróloga, habiendo cursado estudios en la Universidad de Chicago.

Carol respondió con un leve movimiento de cabeza en señal afirmativa. Emanaba tranquilidad a pesar de encontrarse en un gran aprieto. Como en todos mis interrogatorios había dispuesto que minutos después de haber comenzado mi trabajo un compañero entrase en la celda con el fin de advertir que había olvidado traer el detector de mentiras. Me gustaba actuar de esta manera pues aquello confería confianza a mi paciente. Era una manera más de quitarle importancia a aquel artefacto.

- Muchas gracias Carlos. Lo olvidé, no consigo familiarizarme con el detector, ya sabes que la tecnología y yo estamos más bien reñidas. ¿Te importaría instalarlo y recordarme rápidamente cómo funciona?

Ahora todos esos jueguecitos de simular lo que no es me resultan ridículos. Era entonces cuando me encontraba en uno de los momentos decisorios para la humanidad y no supe verlo. Era yo la que se suponía que estaba representando un papel, mofándome interiormente de ella. Ahora sé que en realidad era ella la que actuaba y de mí de quien se estaban burlando. Instantes después Carlos abandonó la celda.

- Bueno, regresemos a donde nos encontrábamos. Creo que ya sabe de lo que se le acusa. Resulta curioso que no haya ningún fin en ello, al menos visible a nuestros ojos. Ellos no han sufrido daño alguno, al menos físicamente, y todos han regresado al cabo de un menor o mayor tiempo. Durante su ausencia no se ha intentado establecer comunicación alguna, ni tan siquiera con alguna organización gubernamental. No ha habido exigencias de ningún tipo, ni antes ni después de sus regresos. ¿Podría explicarme Carol a qué se debe todo esto?, ¿qué es lo que pretendía obtener con ello?

El segundo signo indicativo de enajenación mental solía corresponderse con el gozo o disfrute del terror y sufrimiento de la víctima. Sin embargo a pesar del cuantioso número de pruebas efectuadas no se había detectado indicio alguno indicativo de algún tipo de abuso específico. Para ellos aquel paréntesis en sus vidas no había significado más que un simple vacío indocumentado.

- Eli, – recuerdo perfectamente la familiaridad con la que se dirigió a mi persona. Todavía me pregunto cómo no me di cuenta entonces de que usase mi apodo sin que antes nadie lo hubiese mencionado. Yo no lo usaba en el mundo laboral, sólo para con los míos - llevo años estudiando a la humanidad, haciendo comparativas de muestras de datos con respecto a curvas teóricas. Y es tan pobre el resultado…, hemos invertido tanto…, hemos depositado tanta confianza en vuestra especie…

- ¿nuestra especie?, no entiendo Carol, ¿a qué se refiere?, ¿acaso pretende indicar que usted no es un ser humano?

El tercer factor indicativo de enajenación mental consistía en el discurso sin sentido. Normalmente este factor se presentaba en gente socialmente inadaptada, particularmente frecuente en personas con diferencias físicas o psíquicas notables. Aquel coeficiente intelectual inusual sin duda conferiría objetividad a mi análisis.

- Provengo de otro planeta, Telsamus, pero esto no viene al caso. Todo esto ha ocurrido para llegar a ti. Seré breve pues he de regresar lo antes posible para que tú puedas comenzar con tu labor.

<>, esas palabras quedaron grabadas en mi mente. Me escogieron a mí y ahora veo el porqué. A esas alturas de la conversación yo ya la había declarado loca. Mi veredicto había sido tomado. La recluiría para el resto de sus días.

- Vuestro desarrollo mental es escaso. Mi cometido era localizar la causa, y la hallé. Concentráis un excesivo interés en ellos, tanto que apenas dedicáis tiempo a las técnicas mentales. Durante sus ausencias, he podido apreciar un desarrollo apreciable, claro que todo este trabajo lo he ejercido sobre una pequeña muestra. Mañana será el gran día. Lo aplicaremos sobre la población completa. Desgraciadamente se prevén reacciones negativas. El ser humano necesita un fin para vivir. Tú serás nuestro portavoz. Explícales la razón, qué es lo que esperamos y las ausencias serán corregidas.

No recuerdo mucho más, apenas la presté atención. Redacté el informe y me despedí de ella apresuradamente. Sus palabras no tenían sentido entonces, y volví con los míos. Cómo no me di cuenta entonces del plan. No lo vi hasta que fue demasiado tarde. De haberla creído…, y ocurrió, ellos desaparecieron, todos ellos, toda la población, todo el planeta, todos los nuestros, nuestros queridos niños. Mi Helena y mi Miguel, ya no están conmigo. Sé que están vivos y que más tarde o más temprano volverán, y depende de mí, del progreso que sea capaz de generar, de todos nosotros, de la humanidad. No son más que ausencias, ellos volverán. No sé hasta que niveles hemos de llegar, pero no puedo abandonar. He de recuperarlos, ellos volverán. No cesaré mi ardua labor. Fomentaré el desarrollo mental hasta niveles insospechados, frenaré el índice terráqueo global de suicidios y volverán. He de creerlo, y han de creerlo. Nada más importa, sólo ellos, nuestros niños. No podemos abandonar, pues volverán. No podemos terminar, pues volverán. Os aseguro por lo que más quiero que ellos volverán, creedme, volverán. Volverán...

sábado, 5 de diciembre de 2009

Dos amigos difuntos



El autor:  Isabel Garzón Guadaño


CERTAMEN MANZANARES EL REAL 2009


En este Certamen de mi pueblo Manzanares al que yo quiero y admiro mucho, me he presentado con esta, tres veces.' En el año 2001 gané el segundo premio en poesía y estoy muy orgullosa de tener este reconocimiento.

Me gustan mucho los cuentos y también tengo otro premiado en Cerceda. Los cuentos han sido para mi, mi mejor lectura, he leído muchísimos y los que más me gustaban eran los de miedo, y me siguen gustando a mis 81 años.

Tuve la suerte, entre la poca que he tenido, de tener un padre que además de su cariño nunca me faltó un cuento. Él decía que eran cuentos sin importancia pero para mí tuvieron tanta que los guardo en uno de los cajones de mi cerebro bien echados con llave.

El año pasado en el certamen que se hace en Cerceda saqué uno del cajón y este año he sacado el segundo para Manzanares, que es mí pueblo y quiero que antes de que la carcoma se coma el cajón que guarda todos mis cuentos ir sacando todos poco a poco. Y te advierto lector que éste, es un cuento heterodoxo, no diré que deba ser quemado, por mano de verdugo, pero debe ponerse en la vieja advertencia de precaución.

Autorizo a la Agrupación Cultural Carmen Martín Gaite a publicar en la sección EL AUTOR Y SU OBRA el relato corto de mi autoría.


Su obra:

Título: Dos amigos difuntos

Autor:  I. Garzón Guadaño

Parece ser que Dante admite que las almas que se van al cielo, mientras llega el día de la Resurrección de la carne, vuelven a enfundarse el cuerpo cosificado con cierta nostalgia hacia la vieja carne de la cual fue revestido,


Sin duda es por ello por lo que Daniel, cantero además de vaquero y Fernando amigo de este después de pasar unos días en el Purgatorio entraron juntos a la Gloria. Ellos se querían mucho y sentían mucho apego por lo que habían dejado aquí en la tierra. Daniel, su mujer, dos hijas, una nieta, por las que sentía mucho cariño. El otro amigo, Fernando, había dejado a Sol, que así se llamaba su mujer, una hija, un hijo y cuatro nietos.

Los dos amigos se lamentaban de que después de mil ingratitudes y desengaños habían empezado a abrirse paso en la vida fue precisamente cuando la muerte les sorprendió y es la única cosa en que realmente la muerte nos sorprende a todos.

Daniel sintió mucha alegría cuando le comunicó San Pedro que su amigo, Fernando quería verle y darse un paseo por el cielo, y como los espíritus pueden andar entre nubes, que dicen son las alfombras de su suelo, entre paseo y paseo se fueron contando que tenían ningún dolor, ni tristezas, pero que echaban de menos todo que tenían apego en la tierra.

Daniel quiso ponerse al corriente de lo que había pasado aquí, en la tierra y le preguntó a su amigo.

Su amigo Fernando le dijo: "mira, yo creía que aquí en el cielo os tenían al corriente de todo lo que pasaba en la tierra y que desde el cielo podías observar todo pero me das una alegría enorme por poder ser yo tu confidente y poder contarte todo. Tú amada mujer, Milagros, sigue sin otro hombre, tu no sabes lo apenada que se quedó. Me decía que tu eras lo mejor y lo más bonito que había tenido en su vida. Tus hijas te echan mucho de menos, Marta tiene una niña muy hermosa, se llama Aitana y Mari Flor está muy contenta pues tiene una nieta de su hija Laura, es preciosa. Como verás ya eres bisabuelo y siempre han dicho que para ellas fuiste el mejor padre del mundo".

Daniel como si saboreara los recuerdos de su dulce mujer le decía a su amigo Fernando: "tú no sabes bien cómo yo las quería. No puedo negar que a mi mujer la adoraba, y lo sigo haciendo, sé que me necesita y me echa de menos, como yo a ella".

Daniel se extendía contando a su amigo y saboreando los recuerdos con su dulce mujer, recordando sus virtudes, su modestia, sencillez, y de vez en cuando defendía con efusión algún detalle, "te acuerdas como hacía magdalenas y los callos y las manitas de cordero que a mi tanto me gustaban y que alguna vez hemos comido los dos juntos".

Estos detalles emocionaban a su amigo y contestaba también con su locuacidad confidencial: "no puedo olvidar lo que con mi enfermedad he hecho sufrir a mi mujer Sol, que el nombre la honra pues ahora sin ella estoy a oscuras y ahora me doy cuenta de todo lo que la debo. Siempre estaba pendiente de mis pastillas, de mis inyecciones, siempre detrás de mí pues yo era un rebelde. También ahora recuerdo la mesita redonda que tenía al lado de la ventana de la cocina, desde allí curioseaba todo lo que pasaba, los que venían a la Casa de la Cultura, los del bar de enfrente y en especial a los que entraban y le hacían alguna visita. También ahora comprendo lo injusto que fui con mi mujer, la hice sufrir mucho " Daniel a todo esto le contestaba diciendo que los dolores y la enfermedad se rebela justo con el que menos lo merece, con el que tienes más cerca, más cariño y más confianza, y añadía: "tu mujer y la mía se merecen la Cruz del Mérito a la Paciencia. Me sería muy grato poder bajar a la tierra a ver a mi Milagros, que hasta el nombre la honra por lo que conmigo hizo, ¡Cuánto me pudo soportar! sólo coser y callar, creo que en cada puntada que daba, dejaba cosido un recuerdo mío".

Por fin un día Daniel y Fernando se pusieron de acuerdo para pedir audiencia con San Pedro con la intención de solicitar bajar a la tierra y ver sus mujeres en el dolor de viudedad. Y dicho y hecho se dirigieron a pedir licencia a San Pedro, el celeste portero que era el encargado de estas cuestiones allá en el Cielo.

San Pedro les recibió en su celestial portería detrás de su pupitre dónde su principal ocupación era ordenar el registro de entrada a las alturas. El apóstol al ver a los dos amigos se subió las gafas a la frente y les preguntó suavemente  por su deseo. Daniel y Fernando expusieron tímidamente sus pretensiones y sobre el rostro barbudo del apóstol se dibujo una leve sonrisa.

San Pedro primeramente trató de hacerles desistir de su petición diciéndoles que había muchas solicitudes de licencias ya pedidas pero viendo su deseo e insistencia por conseguir su objetivo permitió concederles el permiso, "bueno, bueno el día de difuntos tenéis licencia para dar una vueltecita por la tierra, pero debéis regresar a las doce, sed puntuales hijitos".

Los dos amigos salieron radiantes y agradecidos al Apóstol y este movió la cabeza sin abandonar su sonrisa, luego al poco rato volvió a su tarea, el registro de entrada.

En la madrugada del día de difuntos bajaron los dos amigos a la tierra como dos chiquillos en vacaciones con el objetivo de ver lo que habían dejado allí abajo.

Dos horas antes de lo convenido Daniel y Fernando aparecieron en la portería celestial y San Pedro sonriendo y acariciándose la barba se dirigió y les dijo: 99 pero ¿qué es esto hijos? ¿Tan pronto aquí?" a lo que ellos contestaron que 91 no quería abusar La sonrisa del apóstol no se hizo esperar y parecía más intensa, "no hijos míos, no es abuso, y ¿qué tal doña Milagros y doña Sol?

estarán inconsolables, ¿verdad? "Si, figúrese lo natural, Milagros de balneario" y dijo Daniel "y en la playa estaba Sol. "El tiempo atenúa todo" dijo El Santo y ellos se quedaron en un silencio embarazoso "el año que viene os dejaré dar otra “vueltecita", les dijo el Santo para romper tan tenso momento a lo que ellos contestaron "no se moleste, no vale la pena, déjelo que comprendemos que hay muchas peticiones.... " San Pedro reía y reía y decía: Con mucho gusto os dejaré partir de nuevo.... " y es que en la tierra sólo hay dolor y crujir de dientes..... y mucho desamor....