martes, 27 de junio de 2017

De azul a rosa



María Teresa Marlasca Orea

Por la presente AUTORIZO a que la obra de mi autoría con título “DE AZUL A ROSA” que presento en el XIV CERTAMEN DE LA AGRUPACIÓN CULTURAL “CARMEN MARTÍN GAITE”, sea publicada en el blog de la Agrupación.   Barberà del Vallès, 03 junio de2017    


DE AZUL A ROSA

Amontonados y con cierto orden, a su parecer, iba acumulando libros, discos, álbumes de fotografías, cuadernos papeles sueltos sin encuadernar ni grapar a los que tras una ojeada depositaba en el montón correspondiente.


Se había propuesto desempolvarlo todo y hacer una buena criba de aquellos “papelotes”. En fin, desechar de aquel cúmulo de escritos, notas, cartas y… papeles sin interés. Aunque en su momento fueron importantes.
Empezó removiendo el armario tenía la convicción de que llenaría aquellas dos grandes bolsas. Al principio inspeccionaba ligeramente lo que extraía del mueble y lo depositaba, la mayoría de las veces, en una de aquellas bolsas, pero a medida que despojaba el armario de sus más preciados secretos, le embargaban los recuerdos.
Cesó un instante en su labor, se llevó las manos a la cabeza, recogió su larga cabellera trenzándola. Miró a su alrededor algo desalentada. ¿Tanto se podía guardar en aquel armario?, sonrió al vacío y afirmó con la cabeza.
Cuanto tiempo llevaba envuelta en aquel “trajín”, se pregunto, mucho se contestó a si misma, se recriminó por el retraso. “A éstas alturas…”, En una de aquellas bolsas descansaban ya olvidados y con la certeza de su extinción definitiva algunos papeles y la otra permanecía inalterable a su lado.
¡A estas alturas…quedaba tanto por hacer! Inquieta miró el reloj que estaba sobre el escritorio, pasaban dos horas del mediodía.
No tenía apetito, consideró oportuno demorar la comida un poco más, una interrupción en ese momento retrasaría el final de su objetivo, le dictó su sentido crítico y calculador. Definitivamente vaciaría las dos estanterías que aún estaban intactas, limpiaría el armario y después se prepararía la comida.
Sin entretenerse ni interesarse en revisar nada, amontonó el contenido de las estanterías, limpió los travesaños del mueble y seguidamente abandonó la sala dirigiéndose a la cocina.
El cocinar no era una de sus pasiones, el comer tampoco, aquel día no esperaba a nadie por lo que se preparó un ligero tentempié.
El tibio sol de febrero caldeaba la pared trasera de la casa, un pequeño refugio al amparo del frío invernal, allí sentada en una de las confortables mecedoras del jardín a la que había inclinado el respaldo, saboreaba sorbo a sorbo el amargo líquido de una humeante taza de café.
El ímpetu de la mañana por hacer “limpieza” se había disipado, pero se había hecho a la idea de dedicar el día a dejar arreglado y en orden aquel mueble, por lo que a pesar de encontrarse tan a gusto sentada tomando el sol, una vez hubo acabado el café, que dicho sea de paso, alargó considerablemente y a conciencia consumiéndolo a pequeños sorbitos, no importándole que estuviera frío, se dirigió decidida y casi con prisa a la habitación.
Cuando abrió la puerta de la sala respiró profundamente, tragó saliva y se enfrentó a aquellos “montones seleccionados”.
Empezó por los libros limpiando la fina capa de polvo del exterior y revisando y alisando cualquier página arrugada, uno por uno, los fue colocando por orden de materias, le siguieron los discos, todos de vinilo, que al igual que sus antecesores eran aseados y leídos sin tomar conciencia ni guardar su nombre en la memoria. En aquel momento no le despertaba ningún interés.
Tomó un LP al azar y lo colocó en el plato del tocadiscos, enchufó el aparato y el disco empezó a girar. La melodía que salía de los amplificadores inundó la estancia y el mensaje de la letra era recitado por ella junto al cantante formando un dúo poco armónico.
El mueble lentamente volvía a recuperar los bienes extraídos. La madera reflejaba notoriamente la parte que delimitaba la zona que había estado ocupada de la parte libre.
La estantería presentaba dos tonos diferentes a pesar de ser la misma pieza de madera. Más brillante el que ocultaba los libros como si a la vez de tener el designio de protegernos ante la ignorancia, también protegieran al mueble ante el paso del tiempo.
Finalmente, libros y discos volvieron a su sitio. Resopló sutilmente, se alejo del mueble comprobó la colocación y aprobó su trabajo.
Inmediatamente siguió con aquellas dos cajas donde se aprisionaban una considerable cantidad de tarjetas postales. Ciudades importantes, paisajes bucólicos, lugares exóticos, paradisíacas playas…, unas recibidas de familiares o amigos, otras auto enviadas de territorios visitados en los que además de las propias fotografías te regalas con una tarjeta de fiel reproducción impresa con el afán de recoger, absorber y poseer la belleza del lugar.
Abrió una de ellas. Bueno, se dijo complacida, no había mucho que ordenar, ya estaban clasificadas por países y separadas entre si por gomas elásticas, las observó sin desligarlas y volvió a introducirlas en su embalaje, la otra caja solo la destapó y vio que al igual que su compañera todo estaba en perfecto orden y bien ajustado, limpió el polvo de ambas y las introdujo en su lugar de origen. El pequeño tesoro del mundo en papel volvía a descansar en el olvido hasta nueva exploración de revisión por curiosidad, pulcritud y purificación.
Finalmente solo quedaba aquel montoncito de papeles sueltos y cuadernos a medio usar. No le llevaría mucho tiempo, pensó animada por la proximidad del final de su tarea. La melodía que emitían los altavoces había ido cambiando más de un disco ahora en el plato rotaba a 33rpm, la cara B de una recopilación de románticos boleros.
Hacía bastante tiempo que la luz artificial de la sala iluminaba la estancia. El fulgor crepuscular del sol había dejado de filtrarse por los grandes ventanales. El ocaso del día se produciría en breve.
Súbitamente la música dejó de sonar, retiró el disco del plato y el silencio reinó en la sala, María se percató de la intensidad de aquel mutismo y sintió una profunda soledad, se apresuró a poner un nuevo disco y en breve la música absorbió el murmullo del silencio.
Tomó entre sus brazos el montoncito de cuadernos, hojas con apuntes, pequeños papeles sueltos y los extendió sobre la alfombra, se sentó entre ellos y aproximó hacia sí la bolsa de plástico.
Empezó por los papeles sueltos, leía y arrugaba unos y los depositaba en el saco, otros los colocaba entremezclandolos para archivarlos por orden de fechas. Estos últimos correspondían a pequeños escritos y anotaciones esporádicas, bien datadas, de posibles proyectos de trabajo que quizás algún día pasarían de ser una realidad.
Siguió por los cartapacios y entre ellos escogió uno con pastas rojas y espiral encuadernado al revés Lo abrió. Revisó y acompañó sus hojas pasándolas lentamente y recreando su mirada en cada detalle. El álbum mantenía la tónica de archivo.; lo más antiguo al fondo la más reciente encima, se detuvo y observó reminiscente. En una de las páginas aparecía la fotografía de un niño de delicadas facciones en el día de su Primera Comunión vestido con un traje especial para el evento – en la época era costumbre vestir a los niños de militares, ya fuera de la Marina o de otras Ramas del Ejercito u Ordenes de Hidalgos y a las niñas de Novias en miniatura -, aparecía el chiquillo con un flamante traje de color hueso con chatarreras doradas y en el pecho, al lado izquierdo, la magnifica enseña de “Caballero de la Orden de Santiago”. El chico con cara angelical mirando al infinito, sostenía entre sus manos un rosario de cuentas de marfil y un misal nacarado.
Siguió pasando páginas, las fotos eran siempre del muchacho, unas veces solo y otras en compañía de familiares todas ellas datadas cronológicamente. A pie de foto se leía su nombre Mario. Siguiéndolas se podía comprobar la evolución de aquel niño a muchacho que a pesar del tiempo mantenía aquellos finos y delicados rasgos.
La última foto añadía al nombre la edad del personaje “23 años” y unida a ésta, otra con la misma inscripción “23 años”, pero el nombre cambiaba y en la escritura se leía “María”.
Aquella fue la primera vez que dejó plasmada su tendencia, su instinto, su personalidad, su alma. En definitiva, su ser.
Tras mucho tiempo de lucha interna, ansiando e intentando con todas sus fuerzas y sin poder lograr “seguir el buen camino” como le había dicho su padre en una conversación, desde la cual, sus relaciones se habían ido enfriando y aunque abatido por la angustia que había producido en su madre que cada vez que le miraba, le había hecho sentirse culpable de un brutal delito por no ser como “los demás” y “querer destacar en todo desde pequeño” y que ”ahora que había terminado sus estudios y podría triunfar como otros de la familia, no se le ocurría otra cosa que sacarse de la manga esa “extravagancia”, había sentenciado la sorprendida y disgustada mujer. Decidió resolver la situación.
Desde 1973, la comunidad científica internacional considera que la homosexualidad no es una enfermedad. Sin embargo, la situación legal y social de la gente que se autodenomina homosexual varía mucho de un país a otro y frecuentemente es objeto de polémicas, de juicios absurdos y ridículos agravios burlescos y ofensivos desoyendo a todos y siendo fiel a su percepción y condición de si mismo, tomó la difícil aunque para él/ella la más acertada decisión.
A los 23 años se sometió a la intervención quirúrgica para cambio de sexo y Mario pasó a ser María.
Trascurridos algunos años, las aguas volvieron a su cauce, sus padres aceptaron lo inevitable. La vergüenza que en un principio les produjo su determinación se fue desvaneciendo con el tiempo y finalmente acabaron respetando su decisión.
La madre que en su fuero mas interno anhelaba que su hijo formara una familia convencional y tener nietecitos que cuidar, al igual que sus amigas - era hijo único - se resignó. El padre renunció a las frecuentes peleas que lo único que hacia era alejarlo cada vez más de su querido hijo, a quien empezó a comprender posteriormente a respetar y finalmente a admirar.
Aquella alteración de su estado físico le acarreó más de un problema, rechazo social, alejamiento de amistades de las que no habría dudado nunca su lealtad y por supuesto exclusión laboral.
Se vio obligado a dejar su trabajo como asesor fiscal en una importante empresa, “no hay mal que por bien no venga”, dice el refrán, este desprecio le aparto de la sociedad pero no se abandono a la desesperanza ni el desaliento, todo lo contrario lucho ante la adversidad y esto le permitió dedicarse a lo que siempre le había gustado, de modo que como queriendo recuperar el tiempo perdido, fue llenando inmaculados lienzos de campiñas, marinas, retratos… Oleos pintados con frenesí que almacenaba sin buscarles un destino pero que no tardaron en ver la luz.
Desde hacia unos años las galerías de arte se habían interesado por su obra y se multiplicaban las exposiciones. Sus cuadros se vendían bien, los críticos alabaron su técnica, el público admiraba sus obras.
Y lo mejor de todo, nadie se interesaba ni preguntaba por sus inclinaciones sexuales. Lo importante era su oficio y por consiguiente el resultado; la ejecución de su arte.
María seguía contemplado aquellas dos fotografías de más de quince años atrás, dos seres tan unidos y a la vez tan distantes. La misma persona, los mismos sentimientos, las mismas vivencias pero que físicamente eran como la cara y la cruz de una moneda. Pasó la mano, emulando una caricia, por las jóvenes imágenes captadas por la cámara, cuando cerró los ojos una leve humedad se unió a sus pestañas, suspiró profundamente, emocionada estrecho ambos retratos contra su pecho, una lagrima furtiva rodó por su mejilla. Desde el tocadiscos llegaba la música, che gelida manina invadía la habitación.

Thessy Maror