jueves, 28 de mayo de 2009

El funeral




El autor:

Tomás Macho de Quevedo López, autorizo a la Agrupación Cultural "Carmen Martín Gaite" a publicar en el Blog de la Agrupación la obra de mi autoría

Su obra:



Título: El funeral (Relato corto)
Autor/a: Tomás Macho de Quevedo López





Jacinto Contreras cumplía los años el mismo día de su muerte. Y por más que le doliera los cumplía año tras año, sucesivamente, como todo el mundo, con la cansina cadencia de doce meses por año, aunque él durante setenta y nueve veces más, hasta que la vida se aburrió y dijo basta: como acostumbra la vida a decir desde siempre. Se pitorreaba con tanto descaro de sus paisanos, que muchos dejaron de hablarle por no sentir la vergüenza de verse acribillados por su verbo agudo en el momento más inoportuno y, sin embargo, no poder arrearle un buen golpe en esa bocaza que era lo que se merecía. Pero la ponzoña que alguna mala gente escupe a la buena gente, hiere tanto, que a veces es capaz de quedarse impregnada durante años. Y el tiempo no logra hacer olvidar ni perdonar. Y se quedaban con las ganas de arrearle y con la hiel en la boca. Alguno más harto era capaz de murmurar entre dientes la sin razón de la media hostia del tío ese y los más débiles aconsejaban a los que perdían el control eso de…déjalo estar que ya se aburrirá…que ese solo está buscando que alguien le meta una buena para organizar el lío…Y el resto pensaba que para qué. La que se podía montar si alguien le ponía la mano encima podía ser fina: Jacinto procuraba no ponerse demasiado en peligro y si era preciso buscaba la protección del que tenía la obligación, que no las ganas, de hacerlo así en algún momento requirió el servicio de los números de la guardia civil y estos se lo hicieron saber a la gente.
Estando a su lado y prestándole atención, daba la impresión de que le habían dado mucho más de sí sus años que a todos los de su quinta juntos, que no eran pocos, en el pueblo de viejos en que se había convertido en pocos años, tan bullicioso antaño y tan abandonado ahora por la juventud que escapaba como huyendo del propio demonio. Era el que más “de todo” había hecho, el que más “de todo” tenía e incluso al que más cosas desagradables le habían pasado nunca. Y resultaba en sus palabras tan convincente que nadie se atrevía a poner en duda los discursos de Don Sabioto, como le acabaron llamando. Hasta predijo que él sería el primero de todos ellos en morir. Esa afirmación le entristecía tanto que se ponía a llorar y la lástima de verlo provocaba en la gente mayor interés y se acercaban un poco más e incluso el más osado de todos hasta le preguntaba el por qué decía lo que decía. Jacinto Contreras que lo sabía respondía o bien con un insulto o bien con una patada a la buena fe de la gente…a mi lo que verdaderamente me jode es no poder veros muertos uno a uno y el sufrimiento que vayáis dejando…y se echaba a reír de un modo exagerado agitando extremadamente los brazos en forma de molino, en medio de la espantada general.
En este momento se encontraban de funeral en la iglesia mirándose de soslayo los unos a los otros, repasando los malos momentos que les había dado Jacinto Sabioto y a la vez pensando quién sería el próximo en acompañarle.
Se consideraba un hombre feliz y sin embargo la gente que le conocía más, aseguraba que esa afirmación tenía un vestigio de soledad, de autoprotección y de complacencia ante la cruda realidad. Su infelicidad empezaba por él mismo y por su comportamiento un tanto despreciativo de cara a los demás. Nunca había sabido cual era la medida entre el sentirse feliz con lo que a uno le ha tocado vivir e intentar dar envidias y enredar a todo el que podía. Pero eran muchos los que le hacían corro para escuchar sus historias. Historias que a buen seguro nadie creía del todo pero que sin duda entretenían a la mayoría del auditorio. En lo que todo el mundo estaba de acuerdo era en su especial manera de ser y de contar. Siempre fue un hombre un tanto especial. Ya de niño, sus padres se lo repetían una y mil veces con ese tópico que cada padre emplea para su propia conveniencia. !Por Dios que niño más especial eres para todo¡. Acompañado de un coscorrón o un cogotazo. Es el legado de la historia. Pero ahora y en la hora de su muerte con los setenta y nueve cumplidos el mismo día, ese tópico quedaba realzado y todo el mundo que asistía y velaba su cuerpo lo pensaba pero nadie se atrevía a decir.
¡Un hombre especial hasta para elegir el día de su paso a la eternidad!. Así empezó a sermonear el cura Don Paco, o el "Pacurilla" como se le conocía en los círculos más críticos del pueblo, haciéndose eco del pensamiento popular, señalando la sencilla pero a la vez señorial caja mortuoria que el propio finado había dispuesto cuando se supo morir. Y que ahora descansaba sobre un catafalco inestable hecho con toda la buena fe pero con la austeridad que siempre proclamaba, como su verdadera religión, por el sacristán, hombre que velaba por la iglesia en el sentido más amplio de la palabra y que muchos de los allí presentes se mostraban preocupados por si se fuera a caer. Uno le decía al otro menos mal que este ya no se mueve porque si no se daría la hostia que nadie se atrevió a dale en vida. Y esbozaban de soslayo unas sonrisas que a veces se acompañaban con una especie de hipo reprimido que hacía volverse a la fila inmediatamente anterior. Decían las lenguas viperinas, que el nombre de Paco se lo pusieron sus padres porque les parecía el nombre más apropiado para que el niño se encarrilara por el buen camino: Camino de la curia romana. Todo un reto para esos padres. Otros decían que en verdad le pusieron Ladislao pero que cuando el niño ya con uso de razón y una vez tomada la primera comunión le confesó a su madre su intención, Madre, dijo muy solemne, eso quiero hacer yo. Desde ese mismo momento se decidió que le llamarían Paco, como decir, como el nombre artístico. Y esa madre orgullosa dónde la hubiera por el sentido de madurez de su primogénito y único hijo. Ella decía que estaba orgullosa de su primogénito: Pero señora no diga usted eso que parece que tiene usted una docena de hijos, cuando es el único te tiene. Ella alzaba la cabeza y orgullosa inhalaba los momentos como si fueran aromas que el Señor le había mandado. Y cuando los médicos le diagnosticaron no sé qué cosa de los huesos y le dijeron que no iba a levantar más de un palmo del suelo, se aplaudió malignamente la decisión celestial de hacerle pequeño para que le fuera ajustado el nombre con la profesión. Pero allí en lo alto del púlpito se crecía, sus sermones eran doctos, brillantes y cargados de metáforas que los fieles apenas entendían pero que valoraban precisamente por la amalgama de latinajos que metía entre frase y frase. Cuanto más denso y menos inteligible fuera, mejor, más trascendente. Como les pasa a las medicinas que cuanto más cuestan más curan -Ha debido de ser muy importante lo que ha querido decir Don Paco porque no le he entendido nada, menos que nunca.- decía una señora a la salida de la iglesia y su compañera agarrada del brazo asentía - y muy interesante- a la vez que expresaba su admiración - ¡Ha estado francamente bien¡. -¡Que bien habla este cura! decían otros. - Y en todos se notaba el signo de la ignorancia en su estado de gracia. Y es que este tipo de cosas siempre ha impresionado. Se le veía hasta más alto que los monaguillos que trataron en vano de averiguar si se valía de algún poyete para aparentar o era sin más el efecto óptico del púlpito pegado a la media columna o era que levitaba como le sucedía a Santa Teresa por la gracia de Dios. Si el púlpito por si mismo y allí pegado a la columna, como si le hubiera salido una giba, sin cura ni nada, impone, con cura, mucho más aunque este sea Don Paco. Don Paco tenía mucho que contar de su amigo Jacinto tanto que no sabía por donde empezar. Se conocían de chicos y se puede decir que había habido de todo en su amistad pero lo significativo del caso era lo distinto que eran uno del otro si el uno iba para cura el otro para diablo tan distante, tan distinto en pensamiento, en palabra en obra y también en omisión como a veces le recordaba el mismo Paco a Jacinto. Tal era así, que mucha gente pensaba que la relación de amistad no podía durar mucho más allá de cualquier improperio de uno para que fuera devuelto por el otro doblado y que empezara una guerra que los más pesimistas decían que hasta podía ser decisiva para uno de los dos. Craso error ahora y en la hora de su muerte nunca se pusieron de acuerdo en quién iba a morir primero. - Yo a lo máximo que llegaré si mueres tú primero, es a emborracharme durante la novena que se le reza a los muertos para que penes, con perdón, tus penas en el purgatorio. Será mi canto y pero esto no te lo prometo te hago una misa que será la única vez que me veas entrar aquí, si es que estás en algún sitio viéndome como les dices a los que te gusta tanto engañar. Nunca pudo imaginar que fuera el cura el que le sobreviviera y que el verdugo fuera su amigo el cura que ahora y de cuerpo presente tuviera que aguantar como un fiel más el sermón que se disponía a darle: eso sí, cómodo. Como decía Paco el hombre propone y Dios dispone querido Jacinto a lo que Jacinto respondía todo una canto al antojo de tu Señor querido Paco.
“Hermanos en Cristo, nos hemos reunido un día como hoy para despedir a un amigo del pueblo, a un hermano que lo era de todos nosotros Jacinto Contreras.”
- Espero que seas breve...
“ En estos momentos de dolor tan intenso por la, aunque esperada, no por ello menos dolorosa, desaparición en su estado físico, en su estado material, - como a él sin duda le gustaba decir cuando hablaba de estos temas – ya que él nunca nos dejará, pues estará siempre presente en nuestras memorias – Y hacía una de esas pausas que más bien parecían finales de sermón pero que de repente, cogiendo mucho aire, gritaba irritado. – y porque del mismo modo que Dios nuestro Señor está ahora mismo a su lado, también estamos nosotros con él, aunque ya no le podamos ver, aunque ya no le podamos nunca jamás oír, nunca, nunca, nunca, dejará de estar con nosotros.
- Así me gusta Paco, Dios a mi lado y no yo al de él. Me halagas…